5 mar 2010

Historia de dos terremotos

/ La Nación Por Raúl Sohr


Es difícil comparar dos sismos devastadores. Las condiciones geológicas de Haití y Chile son diferentes. Los grados en la escala de Richter de un movimiento telúrico no tienen un correlato directo en el daño que ocasiona. La destructividad depende del sitio en que estuvo el epicentro, la profundidad en que se localiza; influye el tipo de terreno sobre el cual se erige una ciudad, además de otras consideraciones.

Lo que sí es posible analizar con mayor certeza es el comportamiento de las sociedades respectivas. Haití es unos de los países más pobres del hemisferio. Chile, una de las estrellas ascendentes en el plano económico. El contraste del impacto de los sacudones sobre las ciudades y la infraestructura de ambas naciones está a la vista. La destrucción y el consiguiente número de muertos llevan a una relación de uno a 300 en detrimento de Haití. En Chile, edificios, carreteras y la infraestructura urbana resistieron en forma notable. Dada la violencia de los remezones, los daños sobre las construcciones modernas son la excepción. El grueso de las edificaciones pasó uno de los más rigurosos exámenes imaginables.

El cuadro es otro en el ámbito social. Luego del terremoto haitiano, se especuló sobre la inminencia de desmanes y saqueos. Hubo algunos casos de pillaje en zonas acotadas de Puerto Príncipe, la capital. Pero los observadores que se encontraban allí señalan que fueron casos aislados y de poca monta.

Lo ocurrido en Chile es difícil de dimensionar. Sin duda ha habido casos de vandalismo y saqueos. Pero no es claro cuán masivos han sido estos incidentes. Es decir, hasta qué punto constituyen fenómenos de masas que reflejan un malestar profundo de nuestra sociedad. ¿Se trató de una explosión espontánea de los pobres y los excluidos, sobre los cuales se han preocupado tantas reuniones académicas, o fueron núcleos de delincuentes habituales que se aprovechaban del pánico? Una respuesta seria requiere datos concretos y ellos, por el momento, no parecen estar disponibles. Es en todo caso una interrogante que merece un análisis más detenido.

La pregunta que sigue en pie es por qué hubo más violencia social en Chile que en Haití, el país más desestructurado del hemisferio en lo que respecta al Estado. En las palabras del filósofo y analista francés Regis Debray, “Haití fue hasta los Duvalier incluidos un Estado sin nación. Lo que emerge hoy es una sociedad sin Estado”. Una sociedad sin Estado donde la población tiene un alto nivel de organización. Es un caso muy especial en el que la sociedad civil, aquella ajena a las instituciones del Estado, tiene más poder que las estructuras estatales. Un ejemplo: en Haití la justicia a menudo la ejercen las comunidades locales. Los saqueadores son ajusticiados en forma inmediata sin recurso a protección policial ni condenas judiciales.

Chile es todo lo contrario. Tiene un poderoso y bien estructurado Estado centralista, vertical y con enormes atribuciones. Pero en cambio cuenta con una sociedad civil extremadamente frágil. El nivel de organización y participación popular en instancias locales, sindicales, gremiales o barriales, es muy bajo. Y como toda sociedad con cierto desarrollo, se confía en que las instituciones cumplirán con su cometido. Si ello no ocurre cunde el pavor y la población, no acostumbrada a organizarse para enfrentar los problemas, clama al Estado por ayuda. El modelo político e ideológico imperante ha empujado a la población a actuar con una perspectiva de acendrado individualismo. Acumular riqueza es la llave que resuelve los problemas. En el caso puntual de la seguridad ciudadana con recursos se pueden contratar servicios privados de vigilancia, enrejado eléctrico, alarmas y otros mecanismos. Por lo tanto, la solución a los desafíos suele ser personal antes que colectiva.

El terremoto telúrico ha dado paso, como se ha dicho, a un segundo terremoto, el social. No sólo se quebraron muchas estructuras de adobe y concreto. También se han trizado muchas certezas.

No hay comentarios: